La isla desierta

La independencia, igual que el honor, es una isla sin playas. – Napoleón

Siempre me gustó viajar. Desde que tuve uso de razón todo lo que quería hacer era volar, volar alto y hacia cualquier lugar. No como un pájaro, que los odio, sino como un avión. Soñaba con tener uno (nada ostentoso, sólo algo que pudiese despegarme los pies del suelo) y poder ir alto, alto, más alto. Y verlo todo desde allí arriba para poder decidir a dónde ir.

Después crecí un poco y mis padres empezaron a llevarme de viaje con ellos. Y desde entonces mi destino favorito siempre han sido las islas. No importa cuál, pero que esté rodeada de agua por todos lados.

Sí, siempre me han encantado las islas.
Hasta que un día me di cuenta de que la isla era yo.

 Cuando crecí un poco más me di cuenta de que en medio de un fuerte oleaje, a veces, hay personas que van a parar a orillas de una isla. Llegan allí por accidente, como última opción de mantenerse con vida, exhaustas y en busca de algo de cobijo y comida. Y como nos han enseñado que no hay nada de malo en ser hospitalarios, dejas que se queden un par de días, con la única condición de volver a dejarlo todo como lo encontraron.

El caso es que, también a veces, llegan con esa intención pero finalmente acaban plantándote una cabaña debajo de una palmera y arrasando con todos los peces que te rodean (en ambos sentidos de la palabra). Se quedan ahí,  paseando entre tus árboles y encendiendo hogueras en cada esquina, aprovechando el sol que pega sobre tus montañas y el agua de tus estanques. Y tú, que eres una isla, no sabes cómo hacer que se vayan por donde vinieron. Supongo que uno se cansa a veces de estar siempre desierto. De hecho, puede que no quieras que se marche. Dicen que cuando te planteas si algo te gusta, suele ser demasiado tarde y tienes la respuesta delante de tus narices.

Así que dejas que se quede un poco más. Dejas que trepe por todas partes, que disfrute de las vistas, que corte tus ramas, que se recupere de su tormenta personal y domestique las pocas partes salvajes que quedan dentro de ti. Te conviertes en la isla perfecta para tu náufrago particular.

Y así pasan amaneceres y anocheceres, mareas que suben y mareas que bajan, lunas que crecen y lunas que menguan, soles que queman y vientos que hielan.

Y cuando te has convencido de que ya no hay motivo para seguir siendo una isla desierta y estás dispuesto a llamar a la Central Geográfica de Nombramiento de Islas Perdidas de la Mano de Dios para pedir que te pongan un nombre y te hagan aparecer en los mapas, avistas un barco a lo lejos.

Que no cunda el pánico, no pasa nada, seguro que de un momento a otro cambia de dirección y se aleja de ti, piensas. Pero de pronto tu náufrago empieza a recordar de dónde vino. Empieza a dar saltos de alegría y a derribar la cabaña que había construido (con tus palos, por cierto). Que se apaguen las hogueras y le den a las palmeras, que yo hago las maletas y me voy de aquí. Ah, y si te he visto, no me acuerdo.

Ves cómo ese transatlántico cargado de personas, fichas de casino, banquetes, protección solar en cantidades industriales y tumbonas plegables se acerca lentamente hacia ti y se lleva el único rastro de vida humana que había pisado tu arena en los últimos tres siglos. Sin exagerar.

Cuando te dispones a cagarte en la madre de la industrialización, del que inventó los barcos y del gilipollas que nos hizo pensar que Titanic era una bonita historia que vivir, repentinamente recuerdas cómo llegaron a ti: porque no tenían otra opción.

Y tú, que eras una isla desierta situada en medio del océano sin ningún tipo de preocupación ni maldad, te ves queriendo que la tierra te trague o te convierta en algo con las piernas lo suficientemente largas como para salir corriendo detrás.

Pero ya sabéis, esas cosas no pasan. Si eres una isla, eres una isla.

Cuando comprendí esto, después de muchos días y noches en el sofá, me reafirmé en mi pasión por viajar como un ser humano decente: Si quieres ir a algún sitio, hay un precio a pagar. Si quieres disfrutar de un lugar en concreto, primero pides pista para aterrizar. Nada de entrar en los sitios como un elefante en una cacharrería y arramplar con toda la vegetación habida y por haber para después largarse como quien no quiere la cosa.

Y por si a alguien se le volvía a ocurrir hacer la gracia, planté un cartel con lo mencionado, lo rodeé por una valla eléctrica de alto voltaje y me compré una manada de tiburones asesinos. Ni barcos, ni náufragos, ni leches.

Pero claro, nadie es perfecto. Y se me olvidó pensar en las sirenas. 
Pero de eso ya hablaremos.

El que está acostumbrado a viajar sabe que siempre es necesario partir algún día. – Paulo Coelho

Ilustración de Nadie (@JohnOlivers)
Ilustración de Nadie (@JohnOlivers)

Dedicado a todas aquellas personas que olvidaron sacar un billete de avión antes de llegar.

 ECGXIII.

40 thoughts on “La isla desierta

  1. Supongo que yo también soy una de esas islas, aunque reconozco que muchas veces he intentado ser un transatlántico en un arrebato de furia, pero como tú bien has dicho… » si eres una isla, eres una isla». De todas formas, qué más da, si esa gente terminará marchándose siempre, sea de donde sea, porque incluso los transatlánticos llegan a tierra tarde o temprano.
    Me ha encantado el post. Un saludo

    1. Ay…Arrebatos de furia. De esos que tenemos todos, supongo. Está bien saber reconocer que uno es lo que es. Y lo mas importante, estar orgulloso de ello. ¡Gracias Aida! (PD: sí que era un buen nombre para una isla, sí…)

  2. Muy bien pensado y muy bien escrito, te felicito porque cada post es más parte de mis experiencias, cada vez me identifico más contigo y tu forma de expresar lo que todos hemos pensado o sentido alguna vez

    1. Supongo que desde que pisamos la Luna nos creímos que había que pisar todo lo demás ya que estábamos… Buena pregunta Andrés, y gracias!

  3. Mr. Gatsby!!!!
    Lo que hace a las islas desiertas ser especiales es cuando alguien naufraga en ellas, porque, ¿si no fuera así? ¿de qué sirve una isla paradisíaca, si nadie se va a bañar en sus aguas turquesas o va a ver las estrellas desde su fina arena de coral?
    Efectivamente siempre aparecerá algún náufrago desagradecido que la disfrutará hasta cansarse y hacerse una balsa con los palos de la misma y así abandonarla dejando bien marcada en la arena de la playa su huella, pero las islas, ayudadas por sus compinches el mar o la brisa siempre acaban borrándolas y abriendo sus barreras de coral a algún nuevo náufrago, mejor o peor que el anterior, pero eso no importa, porque ese paraje salvaje ha de ser compartido!!!

    ME HA ENCANTADO TU METÁFORA!!!!

    http://baldegizer.blogspot.com.es/

  4. Una vez leí que algo que decía así: A todos nos gusta contar con un archipiélago de islas con forma de personas a las que aferrarnos cuando estemos perdidos naufragando.
    El tema es que creo que como bien dices, hay personas que eligen ser islas, y personas que eligen ser náufragos toda la vida. Y sí, el ser isla tiene su precio a pagar. Como saber que estarás solo hasta que algo venga a parar a orillas de tus playas. Y también sabemos que siempre habrá algo o alguien que explote por encima de nuestras posibilidades los recursos, hasta arrasarnos. Pero también sabemos que aunque durante un tiempo no haya nada que crezca, un día llega algo que germina de nuevo. Y sabemos que estaremos ahí dispuestos a regarlo con mimo, a hacerlo crecer, porque es nuestra esperanza de vida. Nuestra esperanza de vida en mucho tiempo. Aunque un día se marchite, o experimente un crecimiento masivo y acabe desplazando nuestra propia vegetación.
    Siempre estamos dispuestos a todo, por mantenernos. Porque necesitamos de otras semillas que enriquezcan nuestra propia variedad de especies vegetales. Porque necesitamos de náufragos que después las exploten. Todo eso es necesario para seguir siendo isla, porque así lo hemos elegido. Y es el precio a pagar.

    Tu metáfora me hizo reflexionar bastante. Enhorabuena por el post.
    Un saludo

  5. «Si eres una isla, eres una isla» ¡Y que razón! A veces nos empeñamos en preocuparnos, en perder el tiempo, en intentar tocar con las yemas de los dedos cosas que no están en nuestra mano.
    Si me dejas opinar, supongo que no todas las islas pondrían vallas eléctricas de alto voltaje y ni se comprarían una manada de tiburones asesinos. Hay casos en los que sí, claro. Hay islas con armaduras que intentan resbalarse de los cambios, las idas y venidas y las posibles consecuencias. A mi parecer, hay otro tipo de isla, a la cual siempre me intento parecer, a veces consiguiéndolo y a veces no, «la isla de la experiencia». Aquella que acepta a los naúfragos, que aprende de ellos y acepta cuando se vean, por muy díficil que sea. Siempre te quedará eso, la experiencia de haberlo vivido, de quedarte con lo bueno porque siempre se aprende algo de todas las cosas que te pasan, por muy insignificantes que sean. Al fin y al cabo, es lo único que podemos hacer. No somos la isla de «Lost» con una máquina del tiempo para retroceder cuando cometas un fallo.

    A pesar de los exámenes, siempre hay hueco para abrir este cajón y reflexionar un poco. Gracias por acercar tu isla al archipiélago que rodea la mía Gatsby.

  6. Lo bueno de ser isla desierta es que puede que un día te despiertes y te hayan plantado algún otro ser en tu orilla, por mucho muro o barrera que hayas puesto, que no se pueden poner diques al mar. Alguien que se perdió y apareció allí por casualidad, o quizá llevaba tiempo buscándote en los mapas y por fin te halló. Y es posible que al principio no te haga gracia su presencia. Tú sabes que por allí ya pasaron otros náufragos que bebieron de tus reservas de agua dulce, talaron parte de tus ramas e hicieron hogueras en la playa, pero tal vez este sea distinto. Tal vez, el nuevo huesped que llegó sin invitación, limpie los restos de carbón de la arena y que en vez de usar tu madera para construir una cabaña, traiga un trozo de tela con el que hacer una hamaca en la que quepan dos. Y el recién llegado, a diferencia del resto de antiguos pobladores, verá la isla no como un exótico lugar para veranear, sino como el único lugar en el que vivir y el más bonito de la tierra, porque también será su isla.
    Lo malo de ser náufrago y decidir subirte al trasatlántico es que la estela del barco en el mar desaparece en un abrir y cerrar de ojos. Y llegarás a puerto sano y salvo, pero probablemente ni intentándolo serás capaz de regresar a esa isla donde acaso fuiste feliz y del que ya no recuerdas el motivo por el que te fuiste.

  7. muy buen post. todos hemos vivido una experiencia similar de amor. personas que llegan de repente, personas a las que te resistes que entren en tu vida y que te resistes a quererla. poco a poco se hacen contigo, se convierten en ti. la acoges y formas algo común. y cuando cedes y apuestas por que esa isla sea de los dos, de repente llega un lujoso transatlantico y se la lleva por donde ha venido. sin saber cómo sucedió ni cómo se ha llegado a que tu naufrago quiera huir y viajar afuera. si te he visto no me acuerdo. si fui tu naufrago ni me acuerdo. ahora es mi vida y soy un viajero ‘independiente’, tu quédate en tu isla que yo ahora necesito volar y ser ‘libre’. y luego así te quedas con tu isla desierta, pero ahora aún mucho más desierta. y el que fue tu naufago durante 300 años no es más que un agujero en tu isla. y la isla se hunde. y el naufrago a volar

    1. Juan, gracias por resumir brevemente mi larga metáfora. La verdad es que podría haberlo escrito así de claro pero bueno, ya sabes, defectos de quien escribe. Como bien dices, nos pasa a todos. Y lo peor: nos seguirá pasando. Sólo nos queda disfrutar de las pocas horas de paz libres de transatlánticos.

  8. eres muy educado Gatsby. Podrías dedicarlo a las personas con egoístas, egocentristas, con un morro que se lo pisan y no tienen compasión por nada ni nadie. Ni siquiera por ellos mismos…
    Simplemente genial. Un simil muy chulo. Muy fan de tus escritos!
    un abrazo.

    1. Jessica, puede que tengas razón y haya pecado de diplomacia. Tal vez debería plantearme cambiar mi post data por tu definición gráfica de la dedicatoria. Otro abrazo para ti y gracias.

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